Normal sería poder tocar la nada. Normal sería reconstruir pretextos. Raro sería entrelazarme para disfrazar una sonrisa de parafernalia. Raro sería mirarme frente al espejo y ver que hay vida, que hay mundo, cuando no hay nada más normal que lo real: un jardín de palabras avejentas.
Intento trazar cualquier cosa en el aire. Cualquier objeto que saliera de sus dedos, de su boca, de sus ojos, y tomar control de la jugada. Vaya luz, vaya cámara, vaya silencio. No puedo tocar el aire. Puedo sentirlo, como te siento ahora, y al final, cumplen bien su función: darme vida sin que pueda notarlo.
¿Mis ideales? Hoy están de más. Más bien, están encima de mí, gritándome que otra vez jugué contra el destino y perdí la apuesta contra el silencio. Porque tus silencios me retaban, porque mis excesos te enterraban. Debajo de mí una puerta cerrada.
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